Formando la personalidad

La forma en la que tratamos a los niños es muy significativa y conlleva muchas consecuencias.
Toda la personalidad se forma en los primeros años de vida del pequeño y dependerá de lo que reciba del ambiente, de su núcleo familiar, del entorno en el que viva y del modo en que se críe.
La sociedad nos impone los límites en los niños desde que nacen. Hay una gran corriente que sigue pensando que el «no» es esencial desde que nacen para hacer ver a los niños lo estricta que es la vida y lo necesario que es seguir las normas desde el principio.
Esta misma corriente defiende varios puntos con los que no estoy de acuerdo, como el alimentar a los niños con un horario, hacerles dormir solos desde el inicio para que aprendan a calmarse por sí mismos y a respetar un horario de descanso para todos; también se tiende a pedir al niño dar abrazos y besos a personas desconocidas (o conocidas) a la hora de saludar o despedirse o que el pequeño tenga que comer primero sin posibilidad de cambio de alimento o cantidad si no quiere o no le gusta… Y así otras tantas ideas más, afines a esta forma de pensar y actuar, que defienden la infancia como el momento donde educar al niño a que siga lo planteado por el adulto sin posibilidad de debatirlo y de ver la individualidad de cada uno.
En mi opinión los extremos nunca son buenos, y lo que es lo mejor para un caso no lo es para el otro, ya que como siempre digo, cada niño es único, aunque sea de la misma madre y el mismo padre y haya nacido en el mismo lugar, ya no será igual en condiciones que el hijo anterior, ya que será el segundo hijo y no estará solo como el primero. Así que cada caso debe tratarse como tal.
La flexibilidad en la crianza nos da más paz, ya que las ideas preconcebidas nunca suelen tener éxito.
Basta con que llevemos algo planeado para nuestro día para que el niño se comporte totalmente diferente y nada salga como habíamos planeado. Por eso es importante ser flexible y empatizar con el pequeño, poniéndonos en su lugar de Niño y siendo capaces de mirar a través de sus ojos.
Los niños necesitan varias oportunidades para aprender algo, para entenderlo, asimilarlo y adquirirlo como suyo. Si no somos capaces de flexibilizar y dar oportunidades el peque no comprenderá lo que está sucediendo ni la reacción del adulto.
Me gustaría poneros un ejemplo:
Un niño de dos años entra en un establecimiento y encuentra un montón de chucherías y aperitivos que llaman su atención.
Su hermano de cinco años le pide a sus padres que le compren una piruleta. Los padres acceden de inmediato y el niño de dos años al ver que su hermano tiene una piruleta dice que también quiere algo.
Los padres rápidamente le dicen al pequeño: «¿quieres una piruleta?, ¿quieres un chupa chups?, ¿quieres un caramelo?, ¿quieres un picapica?, ¿qué quieres hijo?, ¡dinos! ¡venga!».
El niño de dos años está mirando todo lo que hay y tratando de digerir las miles de preguntas que le hacen sus padres, añadido a la mirada del dependiente y de la gente de la fila que espera.
Los padres no entienden que tiene dos años sólo y, piensan que bastante que le están dando a escoger entre varias chucherías y encima no se decide.
Así que tras tanta pregunta le dicen: «Pues tu hermano ya se ha decidido y hay mucha gente esperando. El próximo día escogerás más rápido, que parece que hoy no quieres nada.»
El niño de dos años se queda confuso, no sabe muy bien qué pasa y cuando se quiere dar cuenta sus padres están yendo hacia la puerta y le dicen: «Vamos, que te quedas ahí solo. Tu verás, nosotros nos vamos. Adiós hijo. ¡Ay madre mía! ¡Hay que ver como estás hoy hijo!».
Y ahora yo os pregunto:
¿Qué pensáis de esta situación?
Quizás estéis pensando que eso no pasa normalmente y que es un caso raro, pero os aseguro que delante mío lo he vivido varias veces.
Seguro que los padres no creen estar haciendo nada mal y su intención no es mala frente al niño, simplemente piensan que le han ofrecido comprarle algo y encima no ha querido y además de todo ha montado una rabieta sin venir a cuento. Así que habrá que ponerle límites.
Aquí está la empatía de la que os hablaba.
A los niños hay que hablarles a su altura y darles un tiempo prudencial para responder, haciendo preguntas concretas y sencillas y dejando que respondan antes de la siguiente.
De este modo comprenderán lo que pasa y la situación que viven.
Si empleamos un tono brusco y tras una rabieta no acompañamos a los niños, no aprenderán a resolver sus conflictos.
Si tratamos de enfrentarnos a un problema con discusiones, tono de voz alta, insultos y malos gestos, reproducirán lo mismo a la hora de enfrentarse a sus propios problemas.
Si por lo contrario damos herramientas para enfrentarse a lo que viven, tendrán armas para comprender al resto, resolver problemas, ser empáticos, pacientes y sociables.
Los niños reproducen lo que ven y lo que viven y se enrabietan cuando no pueden resolver sus conflictos y no tienen herramientas.
La flexibilidad dentro de la convivencia es esencial. Para todos no sirven los mismos consejos y no todos hemos sido educados del mismo modo.
Por todo ello hay que respetar a aquellos que educan a los niños de un modo u otro pero siempre defendiendo la infancia ya que los niños son seres inocentes, llenos de alegría y con muchas ganas de absorberlo todo y comerse el mundo.
La flexibilidad en la educación, el respeto, la empatía y la comprensión son la base para entender la educación de cada uno y la que cada cual da a sus hijos.
Pensemos en lo que queremos que sean los niños de mayores. En cómo queremos que sean. Y tratemosles de la forma adecuada para que absorban lo bueno y se conviertan en algo mejor.
Hay muchos modos de poner límites y los gritos, los insultos, la violencia o el miedo no entran dentro de lo correcto y lo permitido para educar a un niño. Desde el cariño, la comprensión y el respeto llegaremos lejos y formaremos personalidades respetuosas, empáticas, cariñosas y comprensivas con el resto.

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